La vereda Perico nos recibió con lo mejor de su carácter: civismo, calidez y arraigo. En sus caminos, huertas y casas floridas se siente una identidad que ha sabido sostener la tradición silletera mientras cuida los ritmos del campo y la montaña.
Durante el recorrido, líderes y familias compartieron relatos de trabajo comunitario, celebraciones y prácticas que conectan a las nuevas generaciones con la memoria rural. La organización barrial, los oficios heredados y la educación ambiental aparecen como hilos que tejen la vida cotidiana.
El paisaje entre cultivos, bosques y quebradas— recuerda por qué estos ecosistemas son decisivos para el territorio: aportan agua, regulan el clima y sostienen la biodiversidad que da color a la vereda. Allí, el paisaje no es solo postal: es modo de vida.
Perico también es encuentro. En la tienda, en la cancha, en la escuela, la conversación fluye con la naturalidad de quien sabe abrir la puerta y hacer sentir en casa. Ese espíritu comunitario explica buena parte de su fortaleza: la vereda se cuida, se escucha y se piensa a sí misma.
Gracias, Perico, por la hospitalidad y por recordarnos que la cultura se cultiva como la tierra: con paciencia, colaboración y afecto.
